El espejo humeante
- Carmen Martínez
En el antiguo México los espejos representaban la sabiduría, el conocimiento y el poder. El Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC) atesora uno de los dieciséis espejos de obsidiana precolombinos que se conservan en distintos museos de Europa y América. Se exhibe en la exposición Minerales, Fósiles y Evolución humana.
Uno de los mejores conocedores de la cultura popular azteca fue el misionero franciscano Bernardino de Sahagún (1499-1590), quien escribió una obra monumental, a lo largo de varias décadas, recopilando costumbres, mitos y leyendas, para conocer la religión antigua y evitar el retorno a la idolatría. Para ello elaboró un cuestionario, seleccionó a sus informadores y les pidió que escribiesen los testimonios en el idioma náhuatl, traduciéndolos después al castellano. Utilizó la lengua nativa para que sirviese para predicar y describió las antiguas costumbres para corregir la falsa opinión de que los indígenas poseían un bajo nivel cultural antes de la llegada de los españoles. Aunque Sahagún gozó en un principio del apoyo de la Orden para poder llevar a cabo su ambicioso proyecto, la Iglesia confiscó finalmente su obra porque consideraba que se oponía a la labor misionera.
Sahagún describía a Tezcatlipoca como un dios omnipresente: estaba en el cielo, en la tierra y en el infierno. En la tierra movía discordias, enemistades y guerras; otorgaba prosperidad, riqueza y honra y las arrebataba cuando se le antojaba, por eso lo temían y reverenciaban; causaba enfermedades, pero también las curaba. Tenía un aspecto oscuro, asociado a la noche, en el que era un hechicero. También era el dios de la justicia, el que castigaba a los transgresores. Los 360 nombres o maneras de dirigirse a Tezcatlipoca ilustran de algún modo la complejidad de este dios.
El espejo de obsidiana puede considerarse como el más importante en el culto a la deidad Tezcatlipoca, cuyo nombre se traduce del náhuatl como "espejo humeante". En numerosos códices la imagen de un espejo de obsidiana circular reemplaza uno de los pies de Tezcatlipoca. Los espejos de obsidiana también se utilizaban para conocer el destino de los hombres: eran un símbolo del poder de los reyes que les había otorgado Tezcatlipoca. Los reyes aztecas poseían un espejo de obsidiana de doble cara: por un lado, se decía que el rey observaba en su superficie el comportamiento de sus súbditos; por el otro, los súbditos veían su propio reflejo en el espejo del rey. Era una forma de visualizar la dependencia recíproca entre los ciudadanos y los reyes.
La obsidiana es un material fundamental en la cultura mesoamericana. Se trata de una roca ígnea que se forma en la última etapa de las erupciones volcánicas, a partir de la lava enfriada. Este vidrio volcánico ha sido empleado por culturas líticas de distintas épocas. La obsidiana es dura y quebradiza; cuando se fractura tiene bordes afilados, muy útiles para cortar y perforar. Los aztecas la usaban para fabricar herramientas y armas, como cuchillos y puntas de flecha. También les atraía su color negro, su brillo y su reflectancia, por lo que también la usaron para crear objetos decorativos, piezas ornamentales y espejos.
En la actualidad hay 16 espejos de obsidiana precolombinos documentados, aunque en trece de ellos no hay información fiable sobre su procedencia. El tamaño y forma de los espejos parece estar reglado: son circulares y su diámetro oscila entre 18,4 cm y 30 cm. Casi todos están perforados, se cree que para llevarlos colgados en el pecho como ornamentos, lo que es un rasgo común de las representaciones de Tezcatlipoca en los códices. Algunos tienen marcos de madera, como el del MNCN, que podría haberse añadido en época más reciente.
El más famoso es el espejo del Museo Británico que llegó a Europa entre 1527 y 1530. Este espejo perteneció a Felipe II, que lo habría recibido como obsequio desde México, dado su interés por las ciencias ocultas. Durante una estancia en Londres, el monarca conoció al famoso matemático y astrólogo inglés John Dee (1527-1608), asesor de la reina Elizabeth I, a quien le regaló el espectacular espejo por haberle hecho la carta astral. Así, el espejo se convirtió en uno de los objetos más preciados del mago británico, que lo utilizaba para convocar a los espíritus y hablar con los ángeles, mientras recorría las cortes europeas espiando para la reina.
Actualmente, el espejo se exhibe junto a un estuche de madera cubierto de cuero repujado que tiene adherida una etiqueta con un poema del escritor Samuel Butler, escrita a mano por el político y escritor gótico británico Horace Walpole. Aunque se conocía el origen mexicano del espejo, recientemente se ha llevado a cabo un análisis con un espectrómetro de fluorescencia de rayos X, para conocer su procedencia con mayor exactitud. El estudio ha revelado que los elementos traza del espejo coinciden con la obsidiana encontrada en las minas de Pachuca en el centro de México. Se da la circunstancia que el geógrafo, naturalista y explorador alemán, Alexander Von Humboldt, visitó esas minas en 1803.
El Museo de Historia Natural de París conserva un espejo de obsidiana que se presumía era parte del botín enviado al emperador Carlos V desde México por Hernán Cortés, que había sido interceptado por un corsario francés. Pero se sabe que Cortés, para protegerse de posibles acusaciones de malversación de fondos, solía tomar nota de todos los objetos que enviaba a España, por lo que el hecho de que no mencionase la lente de obsidiana suscitó dudas sobre su origen.
Para aclararlo se estudió el espejo utilizando una técnica de emisión de rayos X inducida por partículas (PIXE), que es muy cara pero muy eficaz, y así identificar los elementos que componen la obsidiana del espejo. Finalmente se averiguó que la obsidiana procedía de la mina ecuatoriana de Mullumica, descartando así los depósitos mexicanos. La documentación reveló que el espejo fue enviado en 1737 desde Quito, que en aquel entonces pertenecía al virreinato del Perú, a Francia por miembros de la expedición geodésica Godin-La Condamine (1735–1743), en la que participaron dos grandes marinos y viajeros españoles: Jorge Juan y Antonio de Ulloa. Este último dirigió la Real Casa de la Geografía y Gabinete de Historia Natural, el primer centro precursor del MNCN.
Llama la atención que Ulloa utilizase el término “piedra de gallinazo” para describir la obsidiana. La razón está en que el color negro de las plumas del buitre negro americano o gallinazo (Coragyps atratus) es similar a las bandas encontradas en la obsidiana. Al espejo del museo galo se le denomina Espejo Inca por una nota que acompañaba al espejo, que indicaba que se había encontrado en las tumbas de los Incas en Perú. Sin embargo, cuando la expedición francesa recogió el espejo, el Imperio Inca ya había desaparecido hacía tiempo, a causa de la ocupación colonial y de las epidemias introducidas desde Europa.
El ejemplar del MNCN, también conocido como Espejo Inca, fue donado por Francisco Ferrero en 1925. Aunque no existe documentación al respecto, se cree que se trata de un espejo azteca. Está pulido por las dos caras y tiene un diámetro de 30 cm, por lo que es el mayor espejo que se conoce. Tal vez un análisis meticuloso, como los realizados en los espejos de Londres y París, permitiría conocer su procedencia.
Hubo un tiempo en el que el espejo estuvo desaparecido. Coincidió con una época de abandono del museo, en la que incluso su director Eugenio Ortiz de Vega, el único investigador en plantilla, calificaba la situación del MNCN de precaria y lamentable. En mayo de 1979, la Asociación de Defensa Ecológica y del Patrimonio Artístico descubrió que el Espejo Inca no estaba en el museo. A raíz de la denuncia pública de la sustracción, alguien lo devolvió de forma anónima. En un diario madrileño, que ya no se edita, se comentó que tal vez dicho robo tuviese relación con algunas actividades extremistas atribuidas a movimientos satánicos. Afortunadamente, hoy puede verse en la Sala de Geología del museo y para observarlo en detalle sólo hay que pulsar este enlace.
Referencias bibliográficas:
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