La soledad del dictador de la manada
- Carmen Martínez
El antílope sable gigante es uno de los mamíferos más amenazados del planeta. Ningún otro antílope ha sido tan elogiado por su belleza ni ha despertado tanta pasión entre los naturalistas. Ninguno es tan raro y venerado, es el símbolo nacional de Angola. El Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC) conserva uno de los escasos ejemplares de esta especie que pueden verse en los museos.
El género Hippotragus es endémico de África. Hoy solo sobreviven dos especies y ambas pueden verse en el MNCN: el antílope caballo (Hippotragus equinus) y el antílope sable (Hippotragus niger). La tercera es el antílope azul (Hippotragus leucophaeus), del que sólo se conservan cinco ejemplares naturalizados en los museos. El último antílope azul se cazó en Sudáfrica en 1800, fue el primer mamífero africano en sucumbir al hombre “civilizado”. Su duración como especie fue tan breve que apenas tuvo oportunidad de ser conocido por la ciencia antes de ser exterminado.
Entre los grandes mamíferos descubiertos en África el pasado siglo se encuentra el antílope sable gigante (Hippotragus niger variani), una de las cuatro subespecies reconocidas del antílope sable. Llama la atención por su gran tamaño y la longitud de sus cuernos, generalmente por encima de las 1,27 cm. El dimorfismo sexual es muy acentuado: los machos son muy grandes, su pelaje es negro azabache, en contraste con su vientre blanco, y sus cuernos son enormes; las hembras son más pequeñas, de color castaño o marrón, y con cuernos más cortos y relativamente rectos.
Su descubrimiento científico se lo debemos a la perseverancia del ingeniero británico Frank Varian que trabajaba en Angola supervisando la construcción de una línea de ferrocarril. En 1909, Varian pudo acceder a las fotografías e informes de testigos de un sable impresionante capturado en el distrito de Kwanza. Dos años más tarde pudo ver y medir otro espécimen cazado por un misionero. Con el fin de darlo a conocer envió estas observaciones a un diario inglés, pero pocos le creyeron e incluso algunos se mofaron. El británico no cejó en su empeño y consiguió pieles y cráneos de otros individuos cazados entre los ríos Kwanza y Luando. Cuando volvió a Europa llevó consigo las pieles y los cráneos, depositándolos en el Museo Británico de Historia Natural. Al conservador de mamíferos, Oldfield Thomas, le sorprendió qué diferentes eran estos antílopes sable de los que había en la colección del museo; tanto es así, que incluso pensó nombrar al sable gigante como una nueva especie. Finalmente, en 1916 Thomas describió la subespecie Hippotragus niger variani, llamada así en honor al ingeniero británico.
Pero el antílope sable del Museo Británico no fue el primer ejemplar de esta subespecie conocido por los europeos. Cuarenta años antes, en 1873, había llegado al Museo de Historia Natural de Florencia un cuerno curvo de 1,55 cm de largo, cuya procedencia se desconocía. El cuerno de Florencia despertó la imaginación de científicos y exploradores durante décadas. Uno de ellos era Frederick Selous, que al verlo afirmó que era mucho más grande que cualquier otro que hubiera visto, por lo que en algún lugar del sur de África tenía que existir una raza de grandes antílopes sable aún no descubierta. Selous se obsesionó con estos antílopes, pero nunca los encontró. Un estudio genético reciente, en el que se han comparado las secuencias del ADN mitocondrial del cuerno de Florencia con muestras de sables gigantes de varios museos, ha permitido confirmar que el cuerno de Florencia podría ser el primer espécimen registrado de Hippotragus niger variani.
Otro ejemplar que ha llamado la atención de los investigadores es un antílope colectado en Angola entre 1853 y 1861 por el botánico austriaco Friedrich Welwitsch, que envió su cráneo al Museo de Historia Natural de Lisboa. Allí fue catalogado por el famoso zoólogo portugués José Vicente Barbosa du Bocage como Hippotragus niger. Desafortunadamente, este espécimen se perdió en el trágico incendio que en 1978 destruyó las colecciones de Zoología, por lo que nunca se pudo comparar con otro material de sable gigante, a pesar de que la longitud de los cuernos (1,30 cm) sugiere que podría tratarse de esta subespecie.
La guerra civil que sufrió Angola entre 1975 y 2002 tuvo un gravísimo impacto en sus poblaciones, hasta el punto de que durante décadas se pensó que el sable gigante se había extinguido. Afortunadamente, a principios de 2005 fue posible demostrar la supervivencia del sable gigante gracias a la instalación de cámaras trampa, que permitieron fotografiar rebaños de sables en el Parque Nacional Cangandala. Asimismo, el ADN extraído de muestras de estiércol reveló que la mitocondria era típica de H. n. variani. Actualmente el sable gigante ocupa un área reducida entre los ríos Kwanza y Luando en el centro de Angola.
El antílope sable que se exhibe en el MNCN fue cazado en Angola por Eduardo de Figueroa y Alonso-Martínez, conde de Yebes, una de las figuras más relevantes de la caza mayor en España. Aunque escribió un gran número de libros dedicados a la caza, merece destacarse Veinte años de caza mayor, publicado en 1943, que fue prologado por el célebre filósofo José Ortega y Gasset. Al conde de Yebes le fascinaba el sable gigante, al que consideraba el más bello y magnífico antílope del mundo. El inconveniente para satisfacer su deseo es que después de la Segunda Guerra Mundial era extraordinariamente difícil conseguir una licencia para cazar este antílope, ya que el gobierno portugués lo prohibía terminantemente, excepto si era con fines científicos. Tras muchas gestiones con las autoridades portuguesas, en las que intervino el embajador de Portugal, a través del ministro de Colonias, y a solicitud del MNCN, el conde de Yebes consiguió la licencia para su aventura cinegética.
Dos meses después de la cacería, que tuvo lugar en septiembre de 1949, el conde escribió a Luis Benedito, el taxidermista que ha naturalizado la mayoría de los mamíferos del MNCN, comunicándole el envío de la piel, el cráneo con los cuernos y los huesos del ejemplar en cuestión (sig. ACN0295/016). Como estaba intranquilo por el estado de la piel, le comenta a Benedito que si hiciera falta reponer algún trozo disponía de la piel de otro ejemplar. Este comentario nos ha llamado la atención. Repasando la hemeroteca del periódico ABC encontramos esta declaración: “mi deseo era dar a conocer las características de la especie en España y lograr un ejemplar para el Museo de Ciencias Naturales de Madrid y otro… para mí”. En esta crónica describe la cacería y relata el encuentro con una manada con cerca de treinta antílopes, en la que destacaba un impresionante y gigantesco macho, al que se refiere como jefe y dictador de la manada. Tras dos horas de rececho, consiguió abatir al macho dictador. Se trataba del trofeo de sable más grande de la historia, y como tal apareció en la edición Rowland´s Ward Record´s of Big Game: sus cuernos medían 1,63 cm. La cacería del segundo ejemplar tuvo lugar dos días después…
Julio Patón, un aventajado alumno de Luis Benedito, fue quien naturalizó este soberbio animal. En el archivo del MNCN se conservan distintas fotografías que ilustran el proceso de taxidermia. Signaturas: ACN003/004/08525; ACN003/004/08519; ACN003/004/08517; ACN003/004/08512. Su estado de conservación es relativamente satisfactorio, aunque la piel se ha resquebrajado en algunos puntos, por lo que está siendo restaurando por Rita Gil Macarrón en la Sala de Zoología donde se exhibe.
La historia del antílope sable gigante nos sugiere un epílogo. Sabemos que una pequeña parte del público que nos visita opina que en una época dominada por los contenidos multimedia los museos de historia natural son algo obsoleto. Nosotros pensamos que son un testimonio de vida, un espacio donde se salvaguardan muestras de la biodiversidad que hemos destruido y, posiblemente, el único lugar donde obtener información en el futuro. Otros visitantes consideran que hemos de pedir disculpas por la codicia de nuestros predecesores al acopiar ejemplares raros, acelerando sin proponérselo la extinción de algunas especies. Entendemos que en el siglo XXI nos repugne esa ciencia victoriana rapaz y cruel. Pero también nos preguntamos si en aquella época existía otro modo de hacer ciencia, otro modo de conocer y estudiar las especies con las que coexistimos. No debemos juzgar a los naturalistas de antes con los parámetros de ahora. Pensemos que ellos abrieron el camino, sin contar con el conocimiento y los medios de los que disponemos hoy en día.
Referencias bibliográficas:
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Gil Macarrón, R. 2016. Protocolos de conservación y restauración aplicables a la colección de aves y mamíferos naturalizados del Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid (MNCM-CSIC). Tesis doctoral, Universidad Complutense de Madrid, Madrid.
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